El desastre Nuclear de Hiroshima
Hiroshima es una ciudad que fue
fundada en 1589 sobre la costa del mar Interior de Seto por el señor
feudal Mōri Terumoto, convirtiéndola en capital después de marcharse del
castillo de Koriyama en la provincia de Aki. Construyendo rápidamente
el Castillo Hiroshima trasladándose Terumoto al mismo en 1593. Terumoto
estaba en el bando perdedor en la batalla de Sekigahara. El ganador,
Tokugawa Ieyasu, privo de la mayoría de sus feudos, incluido Hiroshima a
Mori Terumoto cediendo la provincia de Aki a Fukushima Masanori un
daimyō que había apoyado a Tokugawa. El castillo pasó a Asano Nagaakira
en 1619 siendo nombrado daimyō de esta zona. Bajo su administración la
ciudad prospero, se desarrolló y amplio con pocos conflictos y
disturbios. Sus descencientes continuaron gobernando la ciudad hasta la
restauración Meiji en el siglo XIX. Se convirtió en un centro urbano
durante la Era Meiji adquiriendo estatuto de ciudad el 1 de abril de
1889…
El desastre Nuclear de Hiroshima
En agosto de 1939, el sabio Albert
Einstein había escrito al presidente de Estados Unidos, advirtiéndole de
que la desintegración nuclear en cadena podía producir una bomba
atómica más devastadora que cualquiera de las armas hasta entonces
conocidas. En un esfuerzo secreto con Canadá y Gran Bretaña, Roosvelt
dio curso a un trabajo de investigación que cinco años más tarde
culminaría con el lanzamiento de la bomba atómica sobre la población
civil de Hiroshima. En realidad, una primera bomba atómica fue lanzada
como prueba en el desierto de Nuevo México.
El 26 de julio de 1945, el presidente
norteamericano Harry Truman lanzó una proclama al pueblo japonés,
conocida luego como la Declaración de Potsdam, pidiendo la rendición
incondicional del Japón so pena de sufrir una devastadora destrucción
aunque sin hacer referencia a la bomba atómica. Según la proclama, Japón
sería desposeído de sus conquistas y su soberanía quedaría reducida a
las islas niponas. Además los dirigentes militares del Japón serían
procesados y condenados restableciéndose la libertad de expresión, de
cultos y de pensamientos.
El Japón quedaba sujeto a pagar
indemnizaciones, sus ejércitos serían desmantelados y el país tendría
que soportar la ocupación aliada. Conociendo la mentalidad de los
japoneses, es evidente que Truman buscaba el efecto contrario al que
manifestaba públicamente. Los japoneses, humillados en su orgullo, no se
rendirían y entonces Truman podría lanzar su anhelada bomba atómica,
más como un mensaje intimidatorio hacia Stalin que pensando en la
derrota japonesa que ya era casi un hecho. El 29 de julio el premier
japonés Suzuki como era previsible rechazó la propuesta de Truman. El 3
de agosto, Truman dio la orden de arrojar las bombas atómicas en
Hiroshima, Kokura, Niigata o Nagasaki. El objetivo le era indistinto y
la suerte de cientos de miles de almas inocentes parecieron no
importarle demasiado. El 6 de agosto despegaba rumbo a Hiroshima la
primera formación de bombarderos B-29.Uno de ellos, el Enola Gay,
piloteado por el coronel Paul Tibbets, llevaba la bomba atómica; otros
dos aviones lo acompañaban en calidad de observadores. Súbitamente
apareció sobre el cielo de Hiroshima el resplandor de una luz
blanquecina rosada, acompañado de una trepidación monstruosa que fue
seguida inmediatamente por un viento abrasador que barría cuanto hallaba
a su paso. Las personas quedaban calcinadas por una ola de calor
abrazador. Muchas personas murieron en el acto, otras yacían
retorciéndose en el suelo, clamando en su agonía por el intolerable
dolor de sus quemaduras. Quienes lograron escapar milagrosamente de las
quemaduras de la onda expansiva, murieron a los veinte o treinta días
como consecuencia de los mortales rayos gamma. Generaciones de japoneses
debieron soportar malformaciones en sus nacimientos por causa de la
radiactividad. Unas cien mil personas murieron en el acto y un número no
determinado de víctimas se fue sumando con el paso de los días y de los
años por los efectos duraderos de la radiactividad.
A pesar de la magnitud del desastre, los
japoneses decidieron seguir luchando hasta el final en una prueba de su
valor como pueblo guerrero. El 9 de agosto otra bomba, esta vez de
plutonio, caía sobre la población de Nagasaki. Los efectos fueron menos
devastadores por la topografía del terreno pero 73.000 personas
perdieron la vida y 60.000 resultaron heridas. Contra todos los
pronósticos, el ministro de guerra japonés Korechika Anami comunicó
inmediatamente que el Japón seguiría peleando hasta perder a su último
hombre. Por esas horas dramáticas, los oficiales del Ejército y la
Armada se enfrentaban al pesimismo del emperador Hirohito que se
mostraba dispuesto a firmar la rendición incondicional. Un intento de
golpe de estado causó la muerte de soldados leales al emperador y de
algunos oficiales rebeldes, lo cual demuestra que aún después del
devastador efecto de las bombas atómicas, los japoneses seguían
debatiéndose entre pelear y rendirse sin amedrentarse ante el peligro de
una tercera bomba. Numerosos oficiales incluyendo al propio Anami se
suicidaron por medio del harakiri, ritual milenario, antes de rendirse
al enemigo. La misma actitud la siguieron muchos soldados y civiles en
el campo de batalla que se mataban entre ellos frente a los captores que
no podían dar crédito a semejante fanatismo.
Recién el 15 de agosto, casi una semana
después de Nagasaki, el pueblo japonés escuchaba por primera vez la voz
de su emperador que había tenido que descender de su condición divina
para convencer a su pueblo de que debía rendirse. Sin pronunciar la
palabra “rendición” dijo que la guerra había terminado. Contra la
creencia de muchos, Japón decidió rendirse no tanto por el efecto de las
bombas atómicas sino por el ataque artero de la Unión Soviética desde
Manchuria el día 8 de agosto de 1945. Cuando un millón y medio de rusos
con sus fuerzas blindadas se lanzaron en el interior de Manchuria, los
japoneses comprendieron que era inútil seguir resistiendo. Este hecho
desmiente el típico cinismo de los historiadores occidentales que aún
hoy sostienen que las bombas atómicas fueron necesarias para acortar la
guerra y, por ende, para “ahorrar” la vida de miles de soldados que los
aliados habrían perdido en su intento por invadir el Japón. Aún si esto
fuera cierto, nada justifica haberle provocado la muerte instantánea a
civiles inocentes que no eran soldados ni formaban parte de un objetivo
militar.
Se estima que hacia finales de 1945, las
bombas habían matado a 140.000 personas en Hiroshima y 80.000 en
Nagasaki, aunque sólo la mitad había fallecido los días de los
bombardeos. Entre las víctimas, del 15 al 20% murieron por lesiones o
enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación. Desde entonces,
algunas otras personas han fallecido de leucemia, 231 casos observados,
y distintos cánceres, 334 observados, atribuidos a la exposición a la
radiación liberada por las bombas. Japón fue ocupado por fuerzas aliadas
lideradas por los Estados Unidos con contribuciones de Australia, la
India británica, el Reino Unido y Nueva Zelanda, además de que adoptó
los «Tres principios no nucleares», lo que prohibía a Japón tener
armamento nuclear…
MAS INFORMACION: http://www.youtube.com/watch?v=3iJKPDg209M&feature=player_embedded